Me cansa la batalla
que nadie sabe que está
ocurriendo.
Las explosiones, los
tanques,
los crímenes de guerra
hacen ruido
y solo los oigo yo
porque solo suenan
en mi cabeza.
También las puñaladas
traperas,
los laberintos sin salida
diseñados para correr
huyendo de sus paredes
ahora hechos cenizas,
casi imposible caer en
sus redes.
Aún con sudor frío,
las cuerdas de mis
tobillos
me mantienen presa por
unos hilos:
La muerte de mi pesadilla
no podía ser elegante.
Llega la ayuda
y tiene que sumirme en la
oscuridad radiante,
esperar a que se dilaten
las pupilas
y entonces enseñarme la
luz
dejar que se grabe en mi
piel,
como estrías
que se adentre en mi sien
como un pensamiento
que vuelve
y vuelve
y vuelve.
Con los ojos cerrados
ahora veo blanco
me giro y respiras a mi
lado.
Estoy aquí
te siento tanto,
y no quiero volver nunca
a encerrarme dentro de
mí.